…”Cabalgo sobre sueños innecesarios y rotos, prisionero iluso de esta selva cotidiana”…, así inicia esta canción, y continua,…”navego en el mar de las cosas exactas, clavado en momentos de semánticas gastadas”…, entonces inicio una descripción real y ficticia en rededor de lo que fue una gran ilusión.
Sus ojos, grandes y redondos, podría decir que parecen dos luceros, llenos de luz y forma, a través de sus ojos se puede ver el mar, azul como él solo, profundo como el cielo, su boca, esa que hace juego exacto a las dimensiones de su rostro, con labios rojos y carnosos como cerezas, mejillas afiladas, tersas, blancas, ligeramente chapeadas por el viento, sin maquillajes hacen ver que la más fina seda parezca imitación ante ellas, cejas perfectas sin descripción alguna, cabello largo como rayos de sol, cual mina de oro, por tanto puedo decir que su rostro convierte la noche en un poema de amor.
La sigo observando y ese caminar absorto y tranquilo reflejan la impetuosidad y ansia de su espíritu, su alma se refleja perfectamente en su mirada, y su cuerpo… ¡ay!…no habría metáfora alguna para describir cuan perfecto es, al final de cuentas ella está viva, y pueda ser que no viva por mí, ni para mí, pero está ahí, tan perfecta como el milagro de la creación en el sitio y momento exacto.
En ella todo es divino, aunque no del todo perfecto, pero parece una diosa de Nilo, una afrodita Urana, al verla montar a caballo, puedo ver su sonrisa y saben, me cautiva, en movimientos pragmáticos, su cabello pulula el campo y este florece a su paso, cada momento en que avanza con su corcel, perpetua la atmosfera, observando siempre al horizonte como queriendo llegar al mismo sol de donde tal vez ella vino.
Cuando despierto, me siento intranquilo, triste, pensativo, porque toda esta mágica ilusión fue sólo eso, un alucine de mi mente y de una mujer casi perfecta, mi paloma querida que levanta el vuelo y lleva el viento por los confines del universo, posiblemente a reunirse al paraíso perdido, al cual pertenece, que yo… yo sólo anhelo.
Sus ojos, grandes y redondos, podría decir que parecen dos luceros, llenos de luz y forma, a través de sus ojos se puede ver el mar, azul como él solo, profundo como el cielo, su boca, esa que hace juego exacto a las dimensiones de su rostro, con labios rojos y carnosos como cerezas, mejillas afiladas, tersas, blancas, ligeramente chapeadas por el viento, sin maquillajes hacen ver que la más fina seda parezca imitación ante ellas, cejas perfectas sin descripción alguna, cabello largo como rayos de sol, cual mina de oro, por tanto puedo decir que su rostro convierte la noche en un poema de amor.
La sigo observando y ese caminar absorto y tranquilo reflejan la impetuosidad y ansia de su espíritu, su alma se refleja perfectamente en su mirada, y su cuerpo… ¡ay!…no habría metáfora alguna para describir cuan perfecto es, al final de cuentas ella está viva, y pueda ser que no viva por mí, ni para mí, pero está ahí, tan perfecta como el milagro de la creación en el sitio y momento exacto.
En ella todo es divino, aunque no del todo perfecto, pero parece una diosa de Nilo, una afrodita Urana, al verla montar a caballo, puedo ver su sonrisa y saben, me cautiva, en movimientos pragmáticos, su cabello pulula el campo y este florece a su paso, cada momento en que avanza con su corcel, perpetua la atmosfera, observando siempre al horizonte como queriendo llegar al mismo sol de donde tal vez ella vino.
Cuando despierto, me siento intranquilo, triste, pensativo, porque toda esta mágica ilusión fue sólo eso, un alucine de mi mente y de una mujer casi perfecta, mi paloma querida que levanta el vuelo y lleva el viento por los confines del universo, posiblemente a reunirse al paraíso perdido, al cual pertenece, que yo… yo sólo anhelo.
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